Embarcado en un crucero de buceo
por el Mar Rojo junto a un grupo de amigos con los que comparto afición,
experimenté la magia de las sensaciones del mundo submarino. Acostumbrado a
esporádicas salidas en la costa mediterránea donde aprendí a controlar los
parámetros de la inmersión, en escenarios carentes de color, con una limitada
variedad de especies y escasa visibilidad, sentí el contraste de colores, la
explosión de vida a tu alrededor manifestada por las miles de especies animales
y vegetales que pueblan las aguas cristalinas del mar Rojo, cuya visibilidad se
pierde en el azul intenso y oscuro de
las profundidades.
El régimen de a bordo era lo más
parecido al de unas maniobras: a las 05:30 a.m. suena una campana (diana), un
café rápido mientras el guía explica las condiciones de la inmersión,
profundidad máxima, tiempo estimado, recorrido, señas y normas de seguridad.
Tras la revisión de los equipos, ponerse
el neopreno, aletas, mascara, cinturón de lastre, chaleco y botella de aire. Todos
en la cubierta de buceo, por parejas y a la seña del guía, al agua. Son
aproximadamente la 06,15 a.m., el agua está un poco fresca unos 23ºC, pero a lo
largo del día mejorará. Comienza el descenso con el consiguiente agobio que te
produce la respiración a través del regulador, el aumento de presión por la profundidad que se manifiesta sobretodo
en los oídos y que hay que ir compensando taponando la nariz y soplando.
Teniendo en cuenta que a diez metros de profundidad se duplica la presión
pasando de 1 a 2 atmósferas todo, el cuerpo, el equipo, el aire en los
pulmones, experimentan cambios de volumen y desajustes. A los 20 m de
profundidad hemos tocado fondo, la presión es de 3 atmósferas y es el momento
de comprobar y ajustar todo el equipo
con la ayuda del compañero de inmersión, vaciar el agua que haya podido entrar
en la máscara, relajarse y regular el ritmo de la respiración.
A partir de ese instante, ya más
tranquilo, comienza el recorrido y uno
empieza a ser consciente del maravilloso mundo que le rodea, diminutos peces
multicolores, gorgonias y corales de todo tipo que dan forma y color al paisaje
submarino. Entras en un mundo sobrecogedor de sensaciones producidas por la
belleza del entorno, la paz del silencio, solo roto por el burbujeo de la
respiración, profunda, sosegada, el suave aleteo que te lleva lentamente
volando a dos metros del fondo con una sensación de ingravidez, ajeno a los
casi 30 Kg que pesa el equipo en superficie.
El tiempo en el fondo va pasando
casi inadvertido, de vez en cuando hay que comprobar los parámetros de la
inmersión como, profundidad, tiempo, presión de la botella que nos indicará el
aire que nos queda.
El ordenador de buceo, fijado a
nuestra muñeca, nos aporta otros datos importantes como el tiempo restante que
nos queda para entrar en descompresión y que no debemos rebasar, pues nos
obligaría a hacer largas paradas en el ascenso a diferentes profundidades; además
una vez iniciado el ascenso, nos
controla la velocidad de subida que no debe ser superior a 9 m/min, para
facilitar la eliminación de Nitrógeno (Ni) disuelto en nuestros tejidos, y nos
controla el inicio y duración de la obligada parada de seguridad de 3 min que hacemos
entre 5 y 3 m de profundidad. Sin él tendríamos que controlar los datos de la
inmersión con las tablas de buceo, lo que resulta más complicado en el fondo y
menos preciso.
A los 50 min de comenzar la
inmersión estamos de nuevo de regreso en el barco donde nos espera un
reconstituyente desayuno y un obligado periodo de descanso y eliminación de Ni
residual de nuestros tejidos, hasta la próxima inmersión.
El barco se traslada a otra zona
dentro del parque natural de Ras Mohamed, aquí el arrecife hace peligrosa la
aproximación, por lo que salimos desde embarcaciones Zodiac que nos acercan a
la zona prevista de buceo. El mar está agitado y se prevé algo de corriente por
lo que el guía indica que una vez en el agua y tras un rápido control iniciemos
el descenso lo antes posible. Con el oleaje, saltar de la Zodiac es un alivio,
pero el mar te sigue vapuleando en superficie y la corriente te aleja, así que
regulador en boca, vaciar chaleco hidrostático, expulsar todo el aire de los
pulmones, ahuecar el traje para que entre agua y salga el aire de su interior y
poco a poco vamos descendiendo. La presión se nota en nuestros oídos, el
profundímetro marca 5m, compensamos la presión, luego 10m compensamos, 15m
compensamos, 20m, 25m y tocamos fondo, aquí todo está tranquilo, en calma, el
oleaje se quedó en superficie, solo tendremos que vencer una suave corriente
hasta llegar a la pared del arrecife.
El aleteo es intenso durante
algunos metros, lo que implica mayor cansancio y un elevado consumo de aire,
pero el esfuerzo tiene su recompensa, un águila de mar se cruza en nuestro
camino, majestuoso, elegante, altivo, ignorando nuestra presencia sabiéndose en
el objetivo de nuestras cámaras de fotos, se va perdiendo en el inmenso azul
con su acompasado y ondulado aletear.
Hemos subido a 20m, el manómetro
indica 100 at, la mitad de la capacidad de aire de la botella y el ordenador
indica que aún nos quedan 35 min para entrar en descompresión. Me queda aire,
me queda tiempo, me siento feliz de poder seguir disfrutando de tanta belleza
que me rodea, me embarga y sigo buscando entre el coral nuevas maravillas hasta
ahora desconocidas para mí. Entre las distintas variedades que pueblan la zona
vemos formaciones de coral rojo, de cuerno de alce, de dedo, de cerebro, pero
sin duda la especie más espectacular es la gorgonia, un tipo de coral duro que
se despliega como un abanico donde se quedan atrapados los organismos que la
corriente arrastra.
En cada anémona anida una pareja
de peces payaso, de vistosos colores, que se alimentan de los organismos que
atrapa y que a pesar de su reducido tamaño defienden su territorio con
inusitada agresividad, incluso frente a invasores más grandes. Encontramos a
nuestro paso un magnífico ejemplar de gorgonia de casi dos metros de
envergadura, en ella anida una pareja de peces halcón que se muestran muy
recelosas de nuestra presencia, captamos el momento y seguimos rumbo procurando
no molestar.
El manómetro marca 50 at., el
aire y el tiempo se acaban, una tortuga
nos acompaña en el ascenso a superficie. A 5m hacemos la parada de seguridad de
3 min, la tortuga, perezosa, sigue su camino, no sin antes posar para los
ávidos objetivos de las cámaras.
En superficie vuelve el oleaje,
se hace incómodo desprenderse del equipo y subir a la Zodiac que nos lleva de
regreso al barco. Una vez más ha sido una experiencia inolvidable.
Cuando el sol ha desaparecido en
el horizonte el tintineo de la campana del barco nos indica de nuevo briefing
para preparar la inmersión, esta vez nocturna, que es como sumergirse en un
mundo diferente al visto durante el día. Pero eso, es otra historia.
Fernando Ranea García
Buceador 2 Estrellas (B2E) con RCP
y aptitud para buceo con NITROX
No hay comentarios:
Publicar un comentario